Una de las leyes de Murphy dice que las posibilidades de perderte son directamente proporcionales a las veces que te dicen que no hay pérdida. Así me siento yo estos días. Ponte la mascarilla cuando haya menos de dos metros de distancia, me dicen. Es fácil, añaden. No se atreven a decir nada más porque pueden ver cómo cambio de color, del blanco al rojo, y cómo empiezo a sudar profusamente. Lo ven porque aún no me he puesto la dichosa mascarilla, claro. Que yo soy matemática, no se me puede decir eso. ¿Dos metros cómo? ¿De radio? ¿Exactos o a ojo de buen cubero? Después de caminar tres baldosas con el metro de carpintero extendido frente a mí, mi marido me lo arranca de las manos y lo tira a una papelera. ¡Qué mal genio! Al final, hemos terminado en este sitio. No lo he medido, pero creo que respeto la distancia de seguridad.