Es una mañana de Navidad casi perfecta. No hay ni una nube en el cielo y las calles están llenas de personas que caminan, alegres, haciendo tiempo hasta la comida. Hace mucho que no visito esta parte de la ciudad, pero la ocasión lo requiere. He oído hablar maravillas de la decoración navideña y estoy ansiosa por descubrirla. Cuando llego a la plaza mayor, me encuentro con el árbol. No es lo que me esperaba, pero me deja sin palabras: la copa ancha, sus ramas nevadas y el espumillón enrollado en el tronco. Cuanto más lo miro más me gusta. Siento cómo el espíritu navideño me embriaga, hasta que no puedo controlarlo y escapa de mi boca un contundente, ¡Viva la Navidad! Al que la gente responde, con igual contundencia, ¡Viva! Me giro hacia mi pareja y, como colofón, le planto un beso de película. Es lo que se espera de ti en ocasiones como ésta.