Tengo tantas ganas de ver el mar que he instalado un acuario en casa. Todo comenzó con una pecera sobre el mueble del salón, algo sencillo, pero ya se sabe cómo son estas cosas. Empecé cambiando el aparador por uno más grande, seguí tirando paredes y terminé cegando las ventanas para no asustar a los peces abisales. Ni siquiera cuando el presidente de la comunidad amenazó con denunciarme al ver a la grúa maniobrando para meter al tiburón en el tanque de agua, me arrepentí de lo que estaba haciendo. Ahora aquí, sentada en mi sofá, me siento flotar. Nada me hace más feliz.