Volver es como abrir una casa que lleva cerrada un tiempo. Empujas la puerta y, a tientas, buscas el cuadro de luces. Lo accionas como puedes y sigues tanteando la pared hasta encontrar el interruptor. Cuando enciendes la luz, todo parece desangelado. Hay polvo sobre los muebles y la casa huele a cerrado. Hay algo claustrofóbico en ese primer contacto y corres a subir la persiana que tienes más cerca y a abrir las ventanas. Después de eso, todo es más fácil. Das una vuelta rápida por las habitaciones sin fijarte en nada en concreto. A veces basta con apoyarse en el quicio de la puerta y encender y apagar la luz, como si pudieses valorar que todo está bien desde el umbral. Abres la nevera. Por supuesto, no hay nada, te aseguraste de que quedase vacía. Cuando has comprobado que todo está como lo recordabas, te sientas en el sofá, o tal vez en el borde de la cama o en la silla de la cocina, y te preguntas qué toca hacer ahora.
Esa soy yo, aquí y ahora. Esa soy yo mirando cómo el polvo se ha acumulado en el blog y pensando cómo ponerle remedio.