En el prado hay gente de lo más variopinta. Varios grupos hacen tiempo a la sombra comiendo algo. Una niña espera a que su padre acabe de limpiarle los mocos para seguir jugando a la pelota. Algunas personas aguardan en fila a que les sirvan un vino y ella, la chica del vestido blanco, mira con insistencia hacia arriba para no perderse detalle. Nada más verla confío en ella ciegamente. Seguro que tiene información de primera mano que los demás no conocemos, pienso. Así que dejo la cerveza a un lado y me siento sobre el césped, mirando en la misma dirección. Echo un vistazo al reloj: las doce menos tres minutos. Empiezo, mentalmente, la cuenta atrás: ciento ochenta, ciento setenta y nueve, ciento setenta y ocho… Me detengo para darle otro trago a la cerveza y lanzar una mirada satisfecha a mi alrededor. Nunca imaginé que cumpliría mi sueño de viajar a Cabo Cañaveral.