– Primero, un chorro de aceite. Cuando esté caliente, sofríes un trozo de cebolla y de puerro. Añades después un puñado de arroz y una pizca de perejil. Agua, la que admita.
– ¿Y sal? – Trato de retener todas las instrucciones mientras miro preocupada la encimera
– Ay, hija, pues qué va a ser. Con un pellizco de sal es suficiente.
Me quedo en silencio. Tengo la sensación de que se han dicho todas las palabras pero sigo sin tener ni idea de cómo preparar el plato.
– ¿Te ha quedado claro? – Insiste mi madre al otro lado de la línea, impaciente por volver a sus cosas.
– ¿Y si en vez de cuatro somos seis? – Pregunto a la desesperada, tratando de encontrar una referencia. – ¿Cómo lo hago?
– Hija, pues como todo en esta vida: a ojo.