No sé cuánto tiempo más podré soportarlo. Todos los días la misma cantinela: dan las ocho y mi vecino del islote de enfrente se pone a aplaudir, plasplasplas, así durante espacio de diez minutos. Que digo yo, por qué vine a vivir encima de esta roca, debería haberme quedado en un piso moderno con unos buenos cerramientos. Aquí se oye todo, y claro, no quiero que piensen que soy un desagradecido, así que me asomo y yo también aplaudo, plasplasplas. Aunque a mí esto ni me va ni me viene, que el virus tendría que contagiarse a cinco kilómetros de distancia para que me pasase algo. Y para colmo, me da el sol en los ojos, eso me pasa por coger una casa orientada al Oeste y no al Sur, como yo quería. Pero ya sabemos que la casa perfecta no existe.