Yo mañana debería haber cogido un vuelo, pienso por la mañana, y esa idea me ronda la cabeza todo el día. Pienso en lo que hubiera estado haciendo si el coronavirus se hubiera quedado en China: el equipaje que debería preparar, el segundo repaso a la maleta para sacar toda esa ropa que no me voy a poner, el engorro de rellenar los botes pequeños del neceser de mano, comprobar por enésima vez la dirección del apartamento en Google Maps… Son las pequeñas incomodidades del viaje, pero ahora las imagino con cariño, aunque todos sabemos que eso solo ocurre porque no las estoy haciendo en realidad. La memoria es así de puñetera.
Todo el mundo habla de lo que echa de menos dar un paseo por el barrio, ir a un parque o dar un abrazo. Las redes están llenas de odas a las cosas pequeñas, pero nadie habla de las cosas grandes. ¿Dónde quedó la añoranza de visitar una de las maravillas del mundo? ¿La morriña por no poder coger un avión en un vuelo transcontinental? ¿El placer de ir a una tienda y cargarte de bolsas como en Pretty Woman? Todos hablan de echar una caña en un bar cutre, de esos con palillos y servilletas en el suelo, y nadie de tomarse un buen arroz con bogavante. Las cañas no están mal, pero el bogavante… Eso es otra cosa.
Y sí, tal vez el vuelo, las pirámides o las sombrereras a lo Julia Roberts no sean grandes cosas. Pero nadie me negará que son cosas grandes.
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