Despierto con la noticia de que los niños podrán salir. En un país donde casi todo está pausado en lo privado, cualquier noticia en el ámbito público da para miles de opiniones y comentarios. Aún estoy desayunando cuando me llega un archivo al teléfono con un supuesto plan de salida del confinamiento. No tiene sellos oficiales ni referencias, está plagado de interrogantes a mitad de la frase y tiene expresiones tipo “aquí aún no nos podemos dar besos”. No sé, Rick, parece falso. Sin limpiarme las legañas lo mando a la papelera. Mientras apago el teléfono me pregunto quién hace estas cosas. Me imagino a un señor rondando los sesenta que, aporreando su ordenador, redacta el plan con acciones del gobierno que le ha contado el mismo Pdr en sueños, mientras se carcajea con risa siniestra. O a algún avezado funcionario trabajando un sábado por la noche que, colándose en el despacho de su jefe, hace una foto con el móvil al borrador del borrador de la primera versión del desescalamiento.
Sí, lo sé: esta hipótesis hace aguas por todas partes y desescalamiento es una palabra horrible.
La salida de los niños se acerca y yo observo a J2, que permanece ajena a esa novedad. ¿Qué haré el primer día? ¿La vestiré con sus mejores galas? ¿Le cortaré el pelo antes? ¿Abrirá la puerta de casa y echará a correr como pollo sin cabeza, borracha de libertad? ¿Saltará en los brazos de la primera persona que pase, rociándola de mocos y de babas? ¿Terminaremos en comisaría en medio de un ataque de histeria? Sea lo que sea, dentro de unos días lo descubriremos.
#cuarentena #covid-19