Escucho el sonido de un teclado al otro lado de la pared del cubículo. No sé de quién se trata. Después de tres semanas trabajando en el sótano, por fin me han encontrado un sitio en la segunda planta, donde está la gente de mi departamento. En mi anterior ubicación sólo había una persona en diez metros a la redonda. Era una mujer que hablaba por teléfono y me lanzaba miradas extrañas cuando encendía la luz. Un día le pregunté si tenía algún problema, a lo que me respondió con un bueno, puedes encenderlas si tú crees que las necesitas. Considerando que estábamos en el sótano, es posible que tuviera algún súper poder.
El sótano era un espacio vacío, de despachos supuestamente ocupados pero donde no se veía un alma. Un día en la cocina, al girarme tras dejar algo en la nevera, me topé con una asiática de pelo largo y lacio, vestido de volantes y medias blancas, lo que me hizo dar un bote como si me hubiese topado con la niña de The Ring. Cuando me repuse, algo avergonzada, y la saludé, ella no dejó de mirar al vacío como si fuese el único habitante de una dimensión desconocida.
Creo que aquí estaré mejor: hay luz, movimiento y gente a mi alrededor. Pienso en esto mientras caliento la comida, cuando un chico irrumpe en el office. Con decisión deja una botella de Coca Cola sobre la encimera. «Coca-Cola para la comida»explica, y se marcha. Me quedo con el hola en la boca, sin llegar a pronunciarlo. En la botella pone «compártelo con tus amigos». Creo que bajaré a buscar a la asiática.