Os habéis pasado, les digo, sin saber dónde meterme. Qué menos, responde uno de mis subordinados, y me toca el hombro con camaradería. No me gusta que me toquen. Tomo nota del gesto mientras me estiro la manga del traje con disimulo. Del techo cuelgan unos paquetes envueltos en celofán, probablemente cajas de Amazon vacías. Hay que ser cutres. ¿De qué sirve contratar a un montón de gente si te felicitan con una decoración digna de alumno de primaria?
Como todavía estamos en invierno, hemos pensado que un toque navideño no está de más, se apresura a informarme la responsable de recursos humanos. Se debe pensar que soy ciego y que no he visto el muñeco de nieve colgando del techo desde diciembre. Está tan alto que no hay quien lo quite, me había informado el de mantenimiento cuando le recriminé que siguiese ahí. Los miro a todos y percibo en sus caras tal expectación que opto por callarme. No sé si sentir ternura hacia los presentes o lástima de mí mismo.
Al final opto por desearme feliz cumpleaños.