Es una mañana de Navidad casi perfecta. No hay ni una nube en el cielo y las calles están llenas de personas que caminan, alegres, haciendo tiempo hasta la comida. Hace mucho que no visito esta parte de la ciudad, pero la ocasión lo requiere. He oído hablar maravillas de la decoración navideña y estoy ansiosa por descubrirla. Cuando llego a la plaza mayor, me encuentro con el árbol. No es lo que me esperaba, pero me deja sin palabras: la copa ancha, sus ramas nevadas y el espumillón enrollado en el tronco. Cuanto más lo miro más me gusta. Siento cómo el espíritu navideño me embriaga, hasta que no puedo controlarlo y escapa de mi boca un contundente, ¡Viva la Navidad! Al que la gente responde, con igual contundencia, ¡Viva! Me giro hacia mi pareja y, como colofón, le planto un beso de película. Es lo que se espera de ti en ocasiones como ésta.
Categoría: microrrelato
19 de diciembre 2019
Levanto con cuidado la persiana, lo justo para poder ver el exterior. He apagado la lámpara de la habitación para que no me vean desde fuera. La calle está vacía, y las luces de la casa de enfrente han comenzado a encenderse. Permanezco en guardia hasta que, de repente, aparece. Pone un pie en la acera y se detiene. Lanza una mirada a derecha e izquierda y, de pronto, levanta la cabeza, clavando sus ojos en mi ventana. Me agacho todo lo rápido que puedo, rezando para que la oscuridad no le permita ver el interior. Permanezco apartada de la ventana, el corazón a cien por hora, hasta que, pasado más de un minuto, reúno el valor suficiente para asomarme de nuevo. Ella se aleja calle abajo y, finalmente, da la vuelta a la esquina, por lo que respiro aliviada. Todavía a oscuras, termino de ponerme el abrigo y salgo al rellano de la escalera, cerrando la puerta a mis espaldas de un portazo. No podría soportar que la vecina me volviese a apretar los mofletes mientras me pregunta, como todos los días, para cuándo el novio.
12 de diciembre 2019
En el prado hay gente de lo más variopinta. Varios grupos hacen tiempo a la sombra comiendo algo. Una niña espera a que su padre acabe de limpiarle los mocos para seguir jugando a la pelota. Algunas personas aguardan en fila a que les sirvan un vino y ella, la chica del vestido blanco, mira con insistencia hacia arriba para no perderse detalle. Nada más verla confío en ella ciegamente. Seguro que tiene información de primera mano que los demás no conocemos, pienso. Así que dejo la cerveza a un lado y me siento sobre el césped, mirando en la misma dirección. Echo un vistazo al reloj: las doce menos tres minutos. Empiezo, mentalmente, la cuenta atrás: ciento ochenta, ciento setenta y nueve, ciento setenta y ocho… Me detengo para darle otro trago a la cerveza y lanzar una mirada satisfecha a mi alrededor. Nunca imaginé que cumpliría mi sueño de viajar a Cabo Cañaveral.
5 de diciembre 2019
¿Otra vez macarrones para cenar? Estiras el cuello lo suficiente para confirmar que es así. El plato rebosa macarrones gratinados nadando sobre una balsa de tomate y aceite. Tienes que comer. Venga, prueba un poco, te dice tu madre que, de repente es dos palmos más alta que tú. Si fuera por ti estarías todo el día comiendo guarradas, añade tu padre, que vuelve a tener pelo. Pero yo quiero acelgas, te quejas. Acercas el tenedor al plato con torpeza, como si estuvieras aprendiendo. Miras desde abajo a tus padres. ¿Cuándo me daréis verdura? El domingo, en casa de los abuelos. Pero te tienes que comer los macarrones. Miras el plato con nuevos ojos y lo atacas con una sonrisa. Por nada del mundo te perderías ver a tus abuelos de nuevo.