Deliciashenge

Cuando apenas llevaba un par de semanas en Nueva York, un día en el que caminábamos por la Quinta Avenida, observé sorprendida cómo todo el mundo se detenía en medio de un paso de peatones. A los turistas no parecía importarles que los semáforos cambiasen de color, ni que los coches tratasen de arrancar, esquivándolos sin ningún cuidado. Se trataba del famoso Manhattanhenge, un fenómeno que, pese a ser espectacular, no dejaba de resultar increíble que pudiese colapsar una ciudad.

Acababa de empezar mi segunda visita cuando, de nuevo caminando por la Quinta, y al girar hacia la calle 57 en dirección Este – sí, en la famosa esquina de Tiffany & Co – nos topamos con la Superluna de finales de julio. En esta ocasión no había turistas tendidos en mitad de la calzada deteniendo el tráfico, ni el sonido de cientos de cámaras de móvil disparándose al mismo tiempo. Por el contrario, la calle estaba inusitadamente tranquila pese a lo temprano de la hora y había en ello algo mágico.

Ahora, preparando clases, caminando de mi casa al trabajo y comprando en el supermercado de la calle de al lado, actividades sin glamour ni emoción alguna me ponga como me ponga, no puedo dejar de pensar que aquí también se vio la Superluna. O que, con toda seguridad, habrá un día al año en el que el sol al atardecer se alinee de forma perfecta con los arcos de la Estación de Delicias, con la única diferencia de que aquí nadie se ha preocupado de ponerle un nombre bonito ni de escribir nada al respecto.

Sólo digo que, tal vez, no es que aquí haya menos cosas que contar, sino que la costumbre convierte lo hermoso en rutinario y, por el contrario, en Nueva York todo parece magia. Eso, y que deberíamos ir escribiendo la entrada de Deliciashenge en la Wikipedia.

57st Manhattan
57st Manhattan

Autor: Isabel

Soy Isabel. A veces escribo. Hoy es una de esas veces.

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