Hace sol, así que me tumbo en el césped de la terraza y cierro los ojos. En algo se tiene que notar el domingo, me digo, mientras me estiro un poco más. En los últimos días pienso en la suerte de vivir en una casa con terraza. De tener ese pequeño espacio para disfrutar del aire libre, del sol o para poder tomarme algo pensando que estoy fuera. El confinamiento sería totalmente distinto si no tuviera este lugar.
Dormito durante un par de minutos y, como no es plan de dormirse media hora antes de comer, cojo el teléfono. Reviso los tuits cuando de repente aparece una foto de Figo – ¿Por qué veo una foto de este señor? – Está leyendo sentado en un porche, lo que ya de por sí es bastante sorprendente, pero ni siquiera me preocupo en averiguar cuál es el libro en cuestión, lo que da idea de mi sorpresa. Detrás tiene un jardín infinito, como esas piscinas que terminan donde hay dragones, pero en césped. Qué barbaridad, pienso. Y esta imagen, que se ha quedado grabada en mi retina mientras mi pulgar sigue moviéndose por las publicaciones, se ve inmediatamente sustituida por otra. En un vídeo, una chica baila con los que resultan ser sus padres, en un tuit de cientos de miles de retuits. Pero lo que me quedo mirando es un comentario que dice: “Si yo viviera en los jardines de Versalles, también bailaría”. No podría ser más acertado. A espaldas de la coreografía hay unos parterres dignos de Luis XIV.
Decido apagar el teléfono. Me tumbo otra vez, cierro los ojos. Con la mano acaricio suavemente mi césped artificial. Yo siempre te querré, susurro.
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