Sentarte en el sofá durante más de diez minutos por primera vez en años. Descubrir que, debajo del montón de pelos, se escondía el cajón del baño. Hacer ejercicios de brazos pasando la fregona. Darte cuenta de que el motor de la Conga no se quema —afortunadamente —con facilidad. Plegar las bolsas de plástico como aquel tutorial de YouTube. Aprovechar hasta el último metro cuadrado de la casa. Descubrir que las plantas florecen si eres capaz de regarlas con una frecuencia superior a dos meses. Devolver las cosas a su sitio original, si es que recuerdas cuál era. Hacer una excursión al trastero y dejarlo todo como estaba —tampoco vamos a volvernos locos. — No tener que preocuparte de la agenda, porque no hay planes pendientes. Tener el cubo del reciclaje sospechosamente limpio. Poder escudarte en el No sé en qué día vivo, como excusa para haber olvidado un cumpleaños. Comer sin excusas. Dedicarte a leer los libros pendientes porque las librerías están cerradas. Vestirte en chándal porque todos los días son domingo. No, domingo no: todos los días son hoy.
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