Hoy luce el sol, y para celebrarlo, me tumbo un rato en el césped. Me gustaría tener en la mano un mojito, pero en su lugar tengo un pavo de plástico. Sí, un pavo, de los que se comen en Acción de Gracias. Pertenece a un kit de animales de granja: está la vaca, el caballo, las gallinas, el pavo, y un pequeño abrevadero en el que J2 está ahogando a los animales, uno tras otro. También hay unas palmeras, por lo que es un kit que mezcla lo mejor de las granjas del Sahara y de Wisconsin.
El juego no requiere de mucha concentración, así que voy repasando los tejados vecinos. Las terrazas están vacías, claramente no vivo en un barrio de instagramers. Por el contrario, son personas a las que no les gusta demasiado el sol. Voy repasando las terrazas con más posibilidades: ese terrado, vacío. El balcón de enfrente, cerrado a cal y canto. Aquella terraza de la esquina, ni un alma. De repente, me detengo. Me quedo mirando un punto y hasta me pongo de pie, acto en el que casi chafo al gallo. Hay dos personas en un tejado cercano. No en una terraza, sino directamente sobre el tejado. Uno de ellos está en cuclillas. El otro, de pie y dándome la espalda, parece el cuadro de Friedrich en el que un hombre mira el mar, versión camiseta de algodón.
Me giro para decírselo a J1, que me responde, aburrido:
— Sí, están en el tejado. No es la primera vez. —Y, mirándome por fin. —¿Un vermut?
Ahí dejo lo que estoy haciendo y voy a por él. La cuarentena me habrá quitado la capacidad de sorpresa, pero no las ganas de beber.
#cuarentena #covid-19