Me quedo mirando la pantalla del ordenador mientras pienso qué puedo contar hoy. Hace días que no salgo, en concreto desde que arrasé el Eroski cual jinete del apocalipsis. No he interactuado con nadie fuera de estas cuatro paredes más allá de las videollamadas de rigor y de los aplausos que cada día suenan más desganados. Por no hacer no he bajado ni la basura, así que ahora mismo me planteo si merece la pena ponerme las zapatillas, el chubasquero y lanzarme a la calle en dirección a los contenedores de reciclaje. Si fuera una reportera intrépida lo haría, cualquier cosa por conseguir una noticia, pero resulta que esto es un diario personal un tanto absurdo, lo que hace que no requiera documentación. Es un alivio, porque estoy muy a gusto en mi sofá y lo de cargarme de botellas y tetra bricks no me apetece nada.
En vez de eso pienso que podría contar que hoy hemos hecho barbacoa, pero las barbacoas ajenas en época de confinamiento se parecen demasiado a querer dar envidia. Dios me libre de generar malestar en unos ánimos ya mermados por la situación. Que he limpiado el balcón, pero ahora todos somos unos fanáticos de la limpieza, así que no es nada original. O que han pasado dos coches de loscuerposyfuerzasdeseguridaddelestado —así, todo junto y sin respirar — bajo mi ventana a la hora del aplauso y, qué queréis que os diga, a mí ver a la policía siempre me hace sentir como si hubiera cometido un delito, aunque de lo único que se me pueda acusar ahora mismo es de llevar dos días con la misma ropa. Así que habrá que asumir lo que, tarde o temprano, iba a ocurrir: no tengo nada que decir. Mañana ya contaré algo. O no.
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