Venga, que hoy es sábado. ¡Que se note! Es lo primero que pienso cuando abro los ojos por la mañana. ¿A dónde puedo ir? Dudo entre pasarme la mañana en el salón o en la terraza. Al final, opto por la terraza, porque eso siempre le da un aire festivo al asunto.
Bajo a comprar al supermercado. Que se vea que no estoy trabajando, que para algo es sábado. Los supermercados son los nuevos bares, y tengo que hacer fila para entrar, fila para moverme entre los pasillos dejando la debida distancia de seguridad y fila kilométrica para pagar. No importa, pienso. Es sábado. Y en honor al día me tomo un spritz con unas olivas y un poco de espetec de casa Tarradellas. Mi nivel de exigencia ha bajado tanto que me parece que estoy disfrutando de un vermut torero en el mejor bar del Tubo.
Después de la comida llega la hora de la siesta de J2. Hoy voy a aprovechar para… Ah no, que tengo trabajo pendiente de la semana. Pero bueno, trabajaré solo un rato y después me echaré una larga siesta de al menos diez minutos. El día lo merece.
Ahora, sábado noche, me debato sobre si cenar quesos o pizza, si poner Netflix o Filmin. Si abrirme una cerveza o tomarme una copa de vino. Lo que sea, pero que se note que es sábado.
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