En mi comunidad han decidido prescindir del servicio de recogida de basuras. Nos llama el administrador por teléfono para informarnos y, al poco rato, vemos un cartel colgado en el ascensor. En él indica que, para evitar que una persona tenga que venir al edificio, con el consiguiente riesgo de contraer la enfermedad, los vecinos asumirán la recogida de basuras hasta que esta situación termine. El encargado de sacar y guardar el cubo será el vecino del 5ºA, que se ofrece generosamente a hacer ese trabajo.
Por supuesto, no existe tal generosidad. El día anterior me había cruzado con el vecino en cuestión y me había insistido que limpiase los pomos de las puertas. Y los tiradores de los cajones, las asas de las bolsas y otra serie de objetos que ya he olvidado. No os preocupéis por el ascensor, me había dicho, a modo de despedida. Él mismo frotaba varias veces al día los botones con hidroalcohol. Vamos, que la salud del chico que viene a bajar la basura es lo de menos. Lo que no quiere es tener a alguien paseándose por el edificio diseminando virus.
Estoy preparando la cena cuando escucho el timbre de los vecinos de enfrente. Como buena vecina con nulos entretenimientos, cotilleo por la mirilla. Es un repartidor de comida a domicilio que viene a traer unas pizzas. A los cinco minutos, vuelve a subir: se había olvidado las bebidas.
Sonrío para mis adentros. El vecino del 5ºA tiene trabajo que hacer.
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