La señora que viaja detrás de mí se lo explica con mucha claridad a su compañera:
– Éste es el vagón silencioso. No puedes hablar, ¿sabes? Hay que estar callado o, como mucho, hablar bajito para no molestar a nadie.
Al parecer la mujer que viaja a su lado es sorda, o un poco lerda, o ambas cosas al mismo tiempo, porque lo explica una y otra vez, insistente, durante más de diez minutos, en un tono de voz que escucha todo el vagón. Al final, harta, decido volverme y mandarlas callar. Lo único que consigo es que me lancen una mirada indignada y que la señora vuelva a aclarar la situación.
– ¿Lo ves? Hay que estar en silencio.
El autobús no es mucho mejor. Mi vecino de detrás le explica a su acompañante que no puede dormir más de dos horas seguidas cada noche, pese a las pastillas que se toma a la hora de cenar. También me entero del estado de sus finanzas y de su vida amorosa. Me pregunto si no se sentirá incómodo compartiendo sus intimidades con todo el autocar, pero no parece importarle. Tampoco parece sentirse avergonzada la chica del otro lado del pasillo mientras insulta a su teléfono a voz en grito:
– ¿Me harías un favor? – Me pregunta inclinándose sobre mí, como si haberla escuchado gritar por el móvil durante una hora entera no fuera suficiente.
– Depende, – respondo yo, con cautela.
– Me he quedado sin batería de repente, – me explica, aunque ese «de repente» es bastante discutible- ¿Me dejas mandarle un mensaje a mi novio?
La banda sonora del autocar está llena de llamadas, gritos y conversaciones indiscretas. De vez en cuando se completa con improvisados cantaores flamencos que no dudan en tocar palmas y golpear todas las superficies del vehículo para llevar el ritmo de su cante, en un concierto que nadie deseaba escuchar. La esencia del viaje la resume una señora en notas de voz que el teléfono no quiere registrar, lo que la obliga a repetirlo todo dos veces:
– Lo importante es que he llegado. – Y, haciendo una pausa y subiendo todavía más el tono. – Lo importante es que he llegado.
Paciencia Isabel hay gente para todo