Todas las peluqueras comparten un lenguaje propio.
Da igual que les digas que respeten el largo de tu melena, que te corten sólo dos dedos o que los 5 cm es una frontera que no debe ser traspasada. Tú verás cómo asienten con la cabeza mientras largos mechones van cayendo al suelo.
Te ofrecerán una revista. Aunque no la quieras. Les dirás que no educadamente, pero seguirán insistiendo. Sospechas que es una táctica para poder cortarte todavía más pelo y niegas con todo el ímpetu posible sin mover la cabeza. Como si vigilar sirviese de alto.
Mientras parlotean sobre cualquier tema, del que pronto perderás el hilo, intercalarán supuestas preguntas. ¿Te pongo mascarilla? ¿Unas ampollas para el cabello? ¿Un poco de laca? No hace falta que respondas, son preguntas puramente retóricas. La única opción posible es un sí a todo.
En algún momento, aparecerá la clásica pregunta trampa: ¿Cómo quieres que te peine? Da igual que digas que te lo dejen despeinado, que le pasen las planchas, que te lo ricen o que sonrías como un idiota sin pronunciar palabra cual extranjero. En mi caso, esa pregunta siempre conlleva el mismo resultado: tirabuzones.
Cuando te cobren, en esas pequeñas registradoras que traquetean y que parecen compartir todas las peluquerías, nunca sabrás qué son todos esos dígitos que se van añadiendo a la cuenta, ni a qué corresponde la suma final. Te limitarás a salir corriendo, como si te persiguiese la misma bruja Avería.
Estoy más que de acuerdo contigo.
😉