Levántate pronto el fin de semana. Cruza las calles todavía tranquilas del Upper East Side en dirección al Metropolitan. Allí empiezan a montar los primeros puestos de postales, comienzan a colgar sus lienzos pintores anónimos. Los food trucks todavía no se han puesto en marcha y el aire, por una vez, no huele a comida.
Intérnate en Central Park. Cruza el drive, que a esas horas ya está lleno de corredores y ciclistas. Bordea el Great Lawn, con sus pistas de baseball desiertas donde algún madrugador ya lee el periódico, sentado en el césped. Avanza con cuidado: a esa hora los perros pueden ir sueltos y alguno se cuela entre tus piernas.
Llega hasta el West dejando a tu izquierda el Museo de Historia Natural, con su escalinata blanca y el parque que lo bordea, con su mercadillo de frutas y verduras. Este fin de semana Amsterdam Avenue es peatonal y la policía ya está bloqueando los accesos. Sumérgete en las calles del Upper West Side que llevan hasta el río, entre sus casas de escalones empinados y gruesos muros de piedra. Esas calles en las que nunca parece ocurrir nada, pero donde siempre tienes la sensación de no pasar el tiempo suficiente.
Alcanza el parque y recorre sus caminos hasta encontrar, casi al azar, el puente que te permite cruzar por debajo del Hudson Parkway. Los restaurantes están vacíos y las terrazas todavía sin montar. El río aparece de repente y sientes que has completado una etapa.
El Hudson apenas se mueve, majestuoso. Lo tienes a tu derecha, y a la izquierda el paisaje se va transformando. Entretente con las estructuras metálicas del Parkway, una construcción gigante que el óxido se ha ido comiendo. Más adelante dejas a la izquierda la zona de Hell´s Kitchen, con sus edificios bajos que ya no dan sombra. En Chelsea aparecen las grúas, como si el barrio entero estuviera en construcción, y cuando divisas por primera vez High Line y el Whitney, sabes que ya ha pasado lo peor.
Mientras tanto, los muelles han ido pasando. En algunos hay atracados grandes cruceros, y cientos de pasajeros cruzan por delante de ti cargados con inmensos maletones, dispuestos a conquistar la ciudad. Otros parecen abandonados, y las vallas metálicas te impiden acercarte, aunque hace mucho que fueron desvalijados.
Por fin divisas el One World al fondo: es la señal que indica que estás llegando al final. El Downtown te hace sentir diminuto y parece dispuesto a engullirte, pero el sol reluce en cada uno de los cristales de sus rascacielos, tranquilizándote. Los mendigos, la suciedad, quedaron atrás, y cuando enfilas Rockefeller Park estás en una ciudad distinta. Hasta el río ha cambiado y te parece más limpio, más azul.
Al final, bordeas Battery Park, esquivando a los turistas que buscan un ferry que les lleve a la Estatua de la Libertad, y te detienes en la estación de metro de Bowling Green. Suficiente. Hora de volver a casa.