Hay un loco por cada vagón de metro.
Está el loco que grita y bracea insultando a los negros, a las mujeres, a los judíos y a los homosexuales.
Está el que vaga por el andén como recién salido del ultramundo y que hace que la gente se aparte a su paso, dejando un pasillo que se cierra con la misma indiferencia que se ha abierto.
Está el que dormita desde la primera parada hasta la última ocupando varios asientos, y al que ningún viajero se atreve a despertar.
Está el loco al que todos ven pero nadie mira, temiendo que la mirada perdida, el cabeceo y las palabras sin sentido sean contagiosas.
Y este último tipo los engloba a todos.