Descuelgo el teléfono en cuanto empieza a sonar. Estaba esperando la llamada:
— ¿Isabel?
— Sí, soy yo, — respondo con la voz entrecortada.
— Muy bien, tranquila, respira hondo. Estamos aquí para ayudarte.
— Estoy muy nerviosa.
— Es comprensible, pero tú limítate a seguir las instrucciones. ¿Ves un cable rojo?
— No hay ningún cable rojo.
— Vaya. ¿Verde? ¿Azul? ¿Magenta? ¿Cian?
— Solo hay un cable gris.
— Pues tiene que ser ese, no hay más. Sepáralo con cuidado, coge unos alicates y córtalo.
— No tengo alicates, ni siquiera tengo tijeras. ¿No vale con que lo desenchufe?
— Es muy difícil obtener resultados óptimos sin seguir las indicaciones, pero qué se le va a hacer. Desenchúfalo y ya veremos qué pasa.
— ¿Y si salto por los aires?
— Eso solo ocurre con los cables rojos y azules. Una vez cada uno, para ser exactos. Así no se generan prejuicios frente a un color determinado.
— De acuerdo. Ya está.
— ¿Funciona?
— Parece que… ¡Sí! Ya ha vuelto la señal. ¡Está imprimiendo!
— Perfecto. Gracias por contactar con el servicio técnico. Cerramos la incidencia.