Me encontraba en el jardín cuando llamaron a la puerta. Estaba sola y no esperaba a nadie por lo que, durante unos segundos, me quedé quieta, aguantando la respiración, convertida en espía en mi propia casa. Sin embargo, unos segundos más tarde, volvió a sonar el timbre, esta vez con más insistencia. En ese momento me sentí culpable, tal vez se trataba de algo urgente, por lo que me apresuré a salir a toda prisa, intentando recuperar el tiempo perdido.
La cabeza de un hombre joven asomaba sobre el muro de entrada. Reconocí al vecino, lo que me tranquilizó, porque los vecinos no suelen llamar a la puerta a las once de la mañana para atracarte, salvo que sean psicópatas o malísimas personas. No parecía ninguna de las dos. Le hice un gesto que era una mezcla de saludo y de “ya voy” y, por fin, abrí la puerta:
– Hola. Lo siento mucho, pero creo que mi perro se ha colado en tu jardín.
– Oh, – había dicho, sin saber qué responder.
– Es un cachorro muy pequeño, tiene sólo tres meses. Todavía no nos hace mucho caso. Espero que no haya hecho ningún destrozo.
– No he notado nada.
– De todos modos, estaría bien que revisases la valla. Debe de haber un agujero. He estado buscándolo pero no lo he encontrado.
– Tranquilo, yo me ocupo.
Tras despedirnos, lo vi desaparecer acera abajo y meterse en casa. Solo entonces cerré la puerta y regresé al jardín. Ahí estaba el cachorro, con el que había estado jugando durante la última media hora. Seguía mordisqueando uno de mis calcetines viejos y, al verme llegar, se acercó a mí moviendo el rabo, contento. Le acaricié la cabeza y, después, cogiéndolo del collar, lo acerqué hasta un extremo de la valla. Allí agachó la cabeza, obediente y, arrastrándose, pasó por el agujero y se perdió tras un arbusto de su propio jardín.
Me había quedado mirando la valla durante unos segundos, atenta a los ruidos del jardín de los vecinos. Cuando me aseguré de que no había nadie cerca me agaché y rompí, con cuidado de no cortarme, un par de centímetros más de valla. Boira estaba creciendo muy rápido y no quería que se quedase atascado.
*Un agujero en la alambrada es el título de un libro de François Sautereau, de la mítica serie naranja del Barco de Vapor. Fue mi libro favorito durante muchos años.