Corría, como habitualmente suelo hacer, para intentar terminar unos recados antes de que llegase la hora de la cena. Así subía y bajaba aceras, sorteaba a peatones más lentos que yo y giraba en las esquinas esperando no chocarme de bruces con nadie que tuviese la misma prisa que yo.
En estas me encontraba cuando apareció ante mí la peor de las situaciones posibles: un corrillo detenido en medio de la acera. Lo conformaban un matrimonio mayor y una mujer de mediana edad – como yo ya tengo mis años, mediana edad es, en la actualidad, alguien que ronda los cuarenta y muchos. Cuando yo alcance esa edad es de esperar que, a esa definición, se le sumen unos cuantos años más. – Los tres parecían haberse encontrado a mitad de paseo y estaban disfrutando mucho de su compañía. Tanto, que se habían olvidado de echarse a un lado.
Probablemente solté un bufido para mis adentros, e hice un quiebro para adelantarlos. La maniobra me obligó a aminorar el paso y ahí fue cuando pude escuchar dos frases, ni una más, de la conversación:
– Está muy contento. Tiene 5000 seguidores.
– A mí me gusta mucho su blog. Siempre le doy al like.
Y los tres habían reído, felices ante ese panorama tan favorable.
La conversación me obligó a girar la cabeza cuando ya los había sobrepasado. A mirar a la mujer de cuarenta y tantos que reía con la boca muy abierta y su melena castaña al viento. A observar, de arriba a abajo, a los dos abuelos que, cogidos del brazo, la espalda inclinada y bastón en mano, hablaban con tanta soltura de blogs y de likes.
Me obligó también a sonreír, sin llegar por ello a aminorar el paso. Sonreí pensando en lo bonito que sería tener un blog y que esos abuelos me siguieran y me dieran, no uno, sino un mundo de likes.